Teníamos 16 años y nos conocimos en la Iglesia, si, aunque usted no lo crea. Fue curioso porque era domingo, yo traía una falda hasta los tobillos y el vestía de corbata con camisa blanca. No fue algo así como de cuento de hadas, ni siquiera de película, simplemente estábamos con otras 60 personas jugando a decir múltiplos de 7 sin equivocarnos, el que cometía un error, se salía.
Yo, con mi fama de inteligencia no podía quedarme atrás y estuve muy concentrada, hasta que quedamos solo dos. Él y yo.
No recuerdo si el juego duró otros 15 minutos, pero si que todos se fueron dejando a los “cerebritos” diciendo números casi solos… 28, 35, 42, 49, … … se le olvidó el 56! yeah! gané yo! siii! lo sabía! ja! no recordó el 56!. Me di la media vuelta y me fui.
Si, ahora creo que de ser mi esposo aprehensivo recordaría aquel momento con coraje después de tantos años, la niñita déspota celebrando su triunfo, que vergüenza.
Y no pasó nada en… 4 largos años.
Hasta que un día:
-Estás esperando a alguien?
-Si pero no llega, y tu?
-También, pero tampoco llega, ya es tarde…
-Si… los esperamos juntos?
-Ok…
❤